«Historia de una familia» (Parte 3)

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Para nuestra luna de miel, decidimos que la ciudad de Pachuca era el lugar perfecto, ya que su padre había comprado una Hacienda en ruinas en el Valle del Mezquital y era necesario gestionar todos los permisos para poder empezar a trabajar las tierras y levantar lo que sería nuestro nuevo hogar. Más adelante su padre en recompensa, me llevaría a París y Madrid como regalo de bodas.

            – Nuestros primeros meses de casados vivimos en Actopan, un pueblo ubicado a pocos minutos de la hacienda y el cual se convertiría en la sede del incipiente negocio de la familia. Para cuando estuvieron concluidas las obras, yo me encontraba en el sexto mes de embarazo y con nuestro primogénito en camino, nos mudamos a la recién bautizada “Montecillos”. Corría el año de 1862 y con un futuro prometedor por delante, se empezaba a escribir un nuevo capítulo para la dinastía Aguilar Cano-.

Antes de continuar el relato, mamá hace una breve pausa, y llama a Jacinta para solicitarle más café. Al mismo tiempo y mientras todos aprovechan el descanso para hablar de banalidades, noto como mamá le pasa un papel a Jacinta y susurrándole lo que parecen ser instrucciones muy claras, esta se retira a toda prisa a la cocina. Sé que debe de ser algo muy urgente, ya que a los pocos segundos se oye cómo se azota la puerta de servicio que da a la calle.

De manera muy cortante mamá les pide a mis hermanos y cuñadas toda su atención y sin preámbulo alguno continua con su historia.

            -Con el nacimiento de Samuel mi trabajo en la casa se vio afectado por los deberes de madre primeriza. Su abuela no pudo estar conmigo, debido a la enfermedad que la aquejaba y que le impedía hacer viajes largos en carreta. En su lugar mandó a mi tía Lorenza, la cual logró permanecer solo un par de semanas, ya que las condiciones del lugar le resultaron poco favorables. Su padre al ver el desgaste al que me veía sometida, decidió que era momento de contratar a una persona que se hiciera cargo no solo de la casa sino que a su vez sirviera de nodriza para Samuel. Después de un par de anuncios publicados en el diario local de Actopan y una serie de entrevistas fallidas, al fin logramos encontrar a la persona indicada para el puesto. Su nombre era Itzel Cruz y con una excelente carta de recomendación, pronto ella y su hija se integraron a las labores de la Hacienda.

            La vida de Itzel había sido todo menos fácil. Provenientes de la costa de Yucatán, ella y su madre llegaron a Pachuca cuando apenas daba sus primeros pasos. Su padre había muerto meses atrás cuando una tarde de verano salió a pescar y su bote jamás regreso a la costa. Sin un centavo en la bolsa y solamente con la poca ropa que tenían, dejaron Mérida y emprendieron el camino hacía lo que sería su nuevo destino. Durante su niñez, Itzel vivió de limosnas y de la buena voluntad de la gente del lugar. Por las noches, se resguardaba del frío en las iglesias que disponían de refugios para gente sin recursos, y fue una de esas noches cuando una enfermedad respiratoria, acabo con la poca vida de su madre. Con apenas doce años, y sin nadie en el mundo, se juró a sí misma, que nunca más volvería a pasar hambre y que trabajaría incansablemente por construir un futuro fuera de la calle y de la miseria-.

Una carcajada interrumpe a mamá y ante su mirada atónita, Natalio se pone de pie y con el sarcasmo y la prepotencia que lo distingue, lanza al aire sin contemplaciones un -“que carajos nos importa la vida de una sirvienta”- y antes de que pueda volver a abrir la boca, mamá se levanta y le propicia una cachetada. Con la mano en la cara y con una indignación palpitante, Natalio se echa para atrás y cae pasmado en su silla. Ante la sorpresa de los presentes, mamá solo se limita a decir –“lo que aquí se está contando tiene un porqué y nadie, absolutamente nadie, va a cuestionarme lo contrario”-. Sin siquiera levantar la cara, todos asienten y con el viento soplando de fondo, regresamos a la historia.

 

«Historia de una familia» (Parte 2)

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De inmediato, todas las miradas se clavan en la pintura de la familia que se encuentra sobre la chimenea y que fue realizada como regalo para nuestros padres en su último aniversario, poco antes de que papá muriera. Con un tono lleno de amargura, mamá retoma la palabra y mirando fijamente al retrato, dice -ahora es momento de que conozcan la verdadera historia de los Aguilar Cano -.

Lentamente se acomoda en la silla y sin más, comienza el relato.

Su padre y yo nos conocimos en el verano de 1859 en la Hacienda de mi familia en los altos de Jalisco. Por aquellos días yo contaba con trece años y todavía asistía al convento de la antigua ciudad de Valladolid. Samuel en cambio, ya era todo un hombre de negocios y a sus veintiún años ya se desempeñaba como administrador en “El Olvido”, destilería perteneciente a mi padrino y mejor amigo de su abuelo Don Manuel Iturriaga. El cortejo fue corto y su padre me propuso matrimonio a las pocas semanas de nuestro primer encuentro. Debido a la diferencia de edades, sus abuelos no permitieron que nos casáramos hasta que yo cumpliera los quince años, por lo que tuvimos un compromiso muy largo, pero apropiado para lo que se acostumbraba en aquella época. Durante nuestra relación, su padre se dedicó en cuerpo y alma a ganarse el respeto y la aceptación de mis padres, por lo que trabajó incansablemente para lograr construir un patrimonio digno de una señorita de mi posición. Mientras tanto yo en el convento aprendía los pormenores de cómo ser una buena esposa, entre clases de tejido y de cocina y con su abuela Constanza reforzando lo enseñado los fines de semana y días de asueto, logré convertirme en el modelo de ama de casa perfecta.

En las vísperas de mi cumpleaños número quince, se dispuso todo para nuestro enlace. El vestido fue confeccionado en París por encargo de su padre y fue el detalle que terminó por convencer a papá y a mamá de que Samuel era el candidato perfecto para mí. Al evento se convocó a lo más distinguido de la sociedad jalisciense y como parte del protocolo, se le envió una participación al presidente de la República, el cual era muy allegado a mi padre. La ceremonia se llevó a cabo en la capilla de la Hacienda y como era tradición su abuelo me entrego a Samuel en el altar y con el Ave María de fondo, sellamos nuestra unión. El banquete se realizó en el casco de la antigua casa principal. Se dispusieron cuarenta mesas para los más de cuatrocientos invitados y la decoración corrió a cargo de mi hermana Isabela, la cual había regresado recientemente de Europa y conocía lo último en detalles para una boda al más alto estilo de la realeza. Las mesas se montaron con mantelería de brujas y con centros hechos de alcatraces y veladoras blancas. La loza y los cubiertos pertenecientes a mi bisabuela fueron el detalle que acabaron por hacer de esa boda una de las más elegantes que se puedan recordar en México hasta hoy en día.

«Historia de una familia» (Parte 1)

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El reloj de la pared marca las ocho en punto. Mamá está perdida en sus pensamientos, lo noto por la manera en que me mira. Sé que algo ha pasado porque de repente todo está en silencio, la tenue luz de las velas se ha extinguido y la habitación se ha quedado a oscuras. Poco a poco empiezo a despertar de lo que parece un sueño eterno. Mi cuerpo se siente muy ligero, descansado, la creatura que llevo dentro ha dejado de moverse y veo todo con total claridad. Al parecer no ha pasado mucho tiempo porque sigo ahí, acostada en la cama con el rosario en la mano y con el camisón que me bordó Jacinta, lo único diferente es que mamá viste de negro y está acompañada por mis hermanos, todos menos Gaetano.

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Los primeros rayos de luz entran por la ventana y empiezan a iluminar la habitación. Jacinta ha pasado toda la noche a mi lado y no ha pronunciado ni una sola palabra, sé que a su manera me ha dicho adiós. Mamá entra en punto de las siete, lleva en sus manos una corona de nubes y rosas blancas, las cuales coloca al pie de la cama y con un gesto de melancolía toma mi mano y la sostiene por un par de minutos. La escena me llena de tristeza, ya que en vida es algo que jamás hizo.

Jacinta se ha retirado y me he quedado sola con ella, Doña Leonora Cano viuda de Aguilar, aquella persona que me trajo al mundo, y a la que siempre sentí fría y distante, aún y cuando la mayor parte de mi existencia la pase a su lado. Desde la puerta, Samuel y Beatriz interrumpen a mamá para avisarle que el desayuno está listo, por lo que está deja el rosario sobre el buró y se les une. Conforme se alejan, escucho sus pasos por los pasillos de la casa y sé que han bajado al comedor principal porque el ruido se pierde mientras bajan por la gran escalera de cantera.

Desde el gran ventanal que da al patio central, noto que la mesa está montada divinamente, iluminada por la exquisita araña de cristal como en aquellas épocas donde mamá y papá solían agasajar a sus amistades con majestuosos e inolvidables banquetes. El olor a café empieza a inundar el salón y todos los presentes comienzan a ocupar sus lugares. Mamá como siempre ocupa la cabecera. A su lado izquierdo se encuentran Samuel, Adela y Natalio. A su derecha Beatriz y Zaid. Jacinta hace su entrada con charola en mano y empieza a servir el desayuno. El menú consiste en pan dulce de la panadería Segura, la favorita de mamá, jugo de naranja del huerto y café de olla, una especialidad de mi querida nana y muy adecuada para esta mañana fría y sombría de otoño.

El viento ha empezado a soplar con fuerza y se escucha como lamentos por los corredores. Las ramas de los árboles crujen y golpean con fuerza las ventanas. El ambiente se ha tornado tenso, se nota por la manera en que se miran unos a otros. La única que se mantiene inquebrantable es mamá, que al contemplar la escena, deja la taza de café y se pone de pie. Cuando está apunto de hablar las puertas que dan al patio se abren de par en par, dejando entrar un aire frío y cortante, haciendo que todos se levanten de un brinco de sus sillas. Natalio corre a cerrarlas y noto como le tiemblan las manos al poner el pasador.

Como actriz de teatro antes de brindar la última función ante un público expectante, ocupo el lugar que era de papá y observo a esta familia, una familia de la que siempre me sentí ajena y la cual se, no me echará de menos. Mamá suspira y aferrándose fuerte a la silla comienza a hablar.

– Hoy hijos míos, es un día de duelo para la familia Aguilar, Elizabeth ha muerto –

Carta al 2016

2016

2016, te escribo esta carta para decirte que no veo el momento para que ya termines. Durante tus 365 días no me diste más que puros dolores de cabeza hablando en sentido literal. Cada uno de tus días fueron una pesadilla encarnada por Freddy Krueger y por cada uno de sus colegas de ficción. Pero bueno, no solo me diste dolores de cabeza, no, no te bastó con girar mi mundo en 360 grados sino que lo hiciste con el planeta entero. En qué estabas pensando cuando dejaste que un imbécil como Donald Trump llegará a la presidencia de Estados Unidos o permitiste que nuestro querido país se volviera una bomba de tiempo en todos los sentidos, dejándolo caer en lo más profundo del pantano más fangoso de la península de Florida. Estoy seguro que lo hiciste por algo, pero por qué carajos lo hiciste todo al mismo tiempo si ya de por sí el mundo está de la fregada, ahora viniste a hacerlo aún peor, te aplaudiría, pero lo único que puedo hacer es levantarte el dedo.

También quiero decir que en tu retorcido sentido del humor nos diste más violencia de lo que puede soportar el cine filo más devoto y mira que al ser uno de ellos, te volviste simplemente insoportable y lograste que me parara del asiento dejando todavía la mitad de mi bote de palomitas y mi refresco de dieta. En lo personal que te puedo decir, no hay palabra o palabras que te describan, bueno creo que si las hay, pero sería demasiado grotesco ponerlas, por lo que lo dejo a tu imaginación. Pero bueno, como en todo año, siempre hay una lección la cual se aprende a la mala pero se aprende y me vería muy ingrato si no te agradezco lo que me enseñaste.

Punto 1: Me enseñaste a la mala a aprender que la salud es lo más importante que tenemos y que hay que hacer todo por cuidarla. No voy a decir que haya sido agradable, pero entendí que hay que prestarle atención al cuerpo y trabajar con el para estar en armonía.

Punto 2: Te llevaste a uno de los seres más importantes de mi vida y dejaste a mi familia con un vacío irreparable y aún con la herida en proceso de sanar, me enseñaste que los tiempos aunque no los entendamos son los correctos y que los cambios llegan para enseñarnos a movernos y a sacar lo mejor de nosotros por más obscuro que se vea el panorama. Se que de esta perdida nunca me voy a recuperar, pero aprenderé a vivir con ella.

Punto 3: Me enseñaste que el amor llega cuando menos te lo esperas y que lo hace de las manos de alguien tan especial, que la película The Holiday se queda tan corta como el aguinaldo cuando se te va en todas las deudas que acumulaste durante el año. En este sentido, no me queda más que agradecerte por haberme hecho volverá a creer en el amor y que las historias de película si existen.

Punto 4: Me enseñaste el verdadero sentido de la amistad y que no hay tesoro más grande que el de la familia escogida por uno.

Y ya para concluir con las enseñanzas, gracias por la familia que tengo y por habernos dado la fuerza para sobrellevarte. Se que tardaremos bastante tiempo en reponernos de ti, pero lo haremos gracias a la unión que nos brindaste en tus días más complicados.

Pues 2016, así me despido de ti, aunque todavía faltan un par de días para que ya te vayas definitivamente, no quería dejar de expresarte mi sentir y espero de corazón que te la lleves leve, ya que de ti, todavía se puede esperar cualquier cosa.

«Mi encuentro con la muerte» (Parte 3)

img_0028El pabellón donde nos detenemos está muy cerca de la cripta a la cual me guió aquel espectro y trato de acercarme para ver qué nombre aparece en la placa, pero antes de hacerlo, siento como alguien me toma del brazo y me regresa con el resto de las personas. Cuando trato ver quien es, este ya se perdió entre los presentes y en ese momento inicia el servicio. Durante unos breves minutos nos perdemos en las palabras que los allegados le dedican a la difunta y es el sacerdote con su despedida el que hace que todos rompan en llanto. Una vez que el ataúd reposa ya en el pabellón, la gente se empieza a despedir y al final solo quedamos la nieta y yo. El cielo empieza a tronar y ella se acerca para darme un abrazo en el cual solamente me dice “gracias por estar aquí”. Me toma de la mano y por un par de segundos me ve fijamente a los ojos. Me suelta y con la mano extendida se empieza a alejar hasta que se da la vuelta y se pierde entre la bruma que ha empezado a cubrir todo a nuestro alrededor.

Poco a poco me dejo envolver por el silencio del lugar y perdido en mis pensamientos, empiezo a caminar hacia la cripta, la cual se deja ver entre la bruma y es iluminada por un rayo que cae en ese momento. Parado frente a ella, me acerco a leer la inscripción que está en la placa y compruebo que el nombre que ahí aparece no es el mío, sino el de alguien más que falleció hoy hace muchos años. Aún sin entender el porqué de todo lo que me ha pasado los últimos días, me siento y saco las fotografías para verlas una vez más y tratar de acomodar las piezas de este rompecabezas. De pronto un aire frío empieza a soplar y noto como la temperatura cae drásticamente. Volteo y veo como de la cripta sale aquel hombre de negro, pero esta vez le puedo ver la cara con total claridad y cuando lo hago siento que me falta el aire, y que al fin mi cabeza perdió la razón por completo. Sus ojos negros se clavan en los míos y nada ni nadie me pudo haber preparado para esto, pero ahora se quién es ese hombre, y ese hombre soy yo. Antes de poder pronunciar alguna palabra, se acerca a mí y con un tono de voz tan cortante como el cristal, me pide que lo acompañe.

Durante un momento parece como si estuviéramos perdidos entre las nubes, la bruma es tan densa que apenas nos deja ver lo que tenemos enfrente de nosotros. Las gárgolas y las estatuas parece que nos observan y en todo momento él va un paso delante de mí. Es hasta que nos detenemos enfrente de un pabellón que la bruma empieza a desaparecer y la visión empieza a ser más clara. Reconozco el lugar y lo sigo hasta su interior. Una vez dentro aún se pueden oler las flores frescas y el perfume de la nieta de aquella mujer que hasta hace un par de horas todavía estaba aquí despidiendo a su abuela. Me siento en una de las bancas y espero a que me diga o haga algo. El miedo que siento va más allá de cualquier explicación, y mientras observa un ramo de rosas blancas empieza a hablar.

“Laura y yo nos conocimos en el otoño de 1940 cuando ambos teníamos 17 años. En aquellos días yo trabajaba por las tardes en el café de la familia y solía verla pasar con su madre cuando iban a hacer la compra para su casa de huéspedes. Y fue una de esas tardes en las que al fin me armé de valor y me acerque a hablar con ella. Durante un par de horas caminamos por el pueblo y fue ahí cuando descubrí que ella era la mujer con la que me quería pasar el resto de mi vida. Al cabo de unos meses de cortejarla y como el protocolo de la época así lo marcaba, le pedí permiso a sus padres y le propuse matrimonio. Todo parecía marchar bien hasta que la guerra empezó a causar estragos en el país. Todas las fuerzas armadas se encontraban de servicio y cada vez eran más las bajas que se daban dentro del ejército. Todavía me acuerdo del día en el que recibí la carta en la que solicitaban que me presentara a la comisaría del pueblo para alistarme. La fecha era en dos semanas y trate por todos los medios de lograr que Laura se casara conmigo, pero sus padres se negaron y acordamos que nuestros planes se llevarían a cabo una vez que regresara de la guerra. No hubo un día de esas dos semanas que no pasara cada minuto del el con ella. Y fue una tarde del invierno de 1941 cuando partí a la guerra. Los primeros meses fueron muy duros y cada que podía le escribía un par de cartas, las cuales a veces eran contestadas y otras no, pero siempre fueron la razón para mantenerme cuerdo. No fue hasta el siguiente año que tuve oportunidad de regresar a casa, la guerra no había terminado, pero yo fui dado de baja por salud. Los doctores dijeron que se debía a una infección mal curada, pero la realidad era que estaba deprimido lo cual hacía imposible que me mantuviera en el frente. Siempre pensé que regresar a Laura sería la cura que tanto buscaba, pero no lo fue.”

El tronar del cielo hace que el hombre detenga el relato y con sus ojos negros clavados en mi me dice “para que conozcas el resto de la historia es necesario que te presente a alguien” y mientras trato de entender a qué se refiere, las rejas del pabellón se abren de par en par y la mujer de blanco se acerca poco a poco a nosotros y no es hasta que se cruzan sus miradas que me dice “ella es Laura, el amor de mi vida”. Se toman de las manos y sin dejar de mirarse ella continua con el relato.

“Aquella tarde ya nada podía salir mal. Todo estaba listo y mamá ya le arreglaba los últimos detalles al vestido. Papa y Susana ya me esperaban abajo para irnos a la iglesia. Parada frente al espejo no podía creer que al fin hubiera llegado el día y que después de todo lo que habíamos pasado al fin estaríamos juntos. La felicidad que me invadía era enorme y en lo único que pensaba era en la reacción que tendría Nicolás cuando me viera entrar a la iglesia. Afuera empezaba a llover, pero adentro lo único que se sentía era el calor y el amor de una familia hacia su hija. Cuando estoy lista para partir, empiezo a escuchar el sonido de puertas azotándose y de voces hablando más alto de lo normal. Mamá baja a ver qué sucede y me pide que espere, no le presto mucha atención y me quedo ahí, perdida una vez más en la imagen que veo en el espejo. Es un grito ahogado lo que me devuelve a la realidad y solo siento como la puerta se abre con fuerza detrás de mí y puedo ver la cara de mi madre reflejada en el espejo, su alegría se ha marchado y solo queda angustia y desesperación. Me toma de los brazos y me abraza con fuerza. Yo sin entender lo que está pasando le pido una explicación, pero no dice nada, solo mantiene sus brazos alrededor de mi cuerpo. Papá nos interrumpe y le pide a mi madre que deje la habitación. Cerrando la puerta detrás de ella, papá se sienta en la cama y me pide que lo acompañe. Con la voz entre cortada me dice que Nicolás ha muerto y saca una carta de su saco. Todo mi mundo se viene abajo y caigo al suelo. Al cabo de un par de minutos despierto recostada en la cama donde mamá y Susana me sostienen las manos. Veo la carta sobre el buró y les pido que me dejen sola, lo dudan por un momento pero lo hacen y me quedo ahí, buscando el momento para abrirla y tratar de entender el porqué de todo esto.”

 Laura se queda en silencio y Nicolás continua con el relato.

“Los últimos días habían sido difíciles, cada vez me costaba más levantarme de la cama y lo único que me mantenía en pie eran la compañía de Laura, la cual en ningún momento me dejaba solo y hacía todo lo posible para que olvidara el dolor que sentía. La mañana en que se llevaría a cabo la boda desperté con una sola idea en la cabeza y al fin llegue a la conclusión de que era el momento para hacerlo. Prefería que Laura sufriera por mi partida, que hacerla pasar por una vida llena de sufrimiento y atada una persona que ya no estaba en control de sus emociones. Creo que si tan solo me hubiera detenido a pensar que el amor que sentía por ella era más grande, aquello nunca hubiera sucedido. Lo primero que hago es escribirle una carta donde le expreso todo lo que siento por ella y hacerle saber que siempre fue el amor de mi vida. La guardo en un sobre y me visto con el traje que tenía pensado usar para la boda. Arreglo la casa y dejo todo en orden para que Laura no se vea en la necesidad de hacerse cargo de ella. Sin mirar atrás emprendo el camino al pueblo y dejo la carta en la oficina postal, la cual entrega la correspondencia local todos los días a las cinco. Y sin más me dirijo al cementerio para despedirme de mis padres y es el lugar que escojo para pasar mis últimas horas. Una vez que me despido de mis padres, saco la pistola y con un tiro directo a la cabeza acabo con mi vida.”

Noto como todo mi cuerpo esta helado y una sensación de vacío me inunda dejándome sin saber que hacer o pensar. Los dos me observan y sé que es momento de preguntarles cual es el motivo por el que me trajeron aquí y que papel es el que juego en toda esta historia. Los dos se quedan en silencio por un momento y la que decide hablar es Laura.

“Cuando leí la carta no puede entender porque mi amor por él no fue suficiente. Sin decir nada, salgo por la ventana de mi habitación y corro a su casa. Sabía que todo era verdad, pero hasta que no lo viera con mis propios ojos no podría creer que realmente hubiera sucedió. Toco sin cesar a la puerta y nadie me abre, me asomo por la venta de la estancia y veo que no hay nadie y que todo está tal cual lo dejo la última vez que lo vi. Totalmente desesperada lo empiezo a buscar por todos lados, pero no hay señales de él. La gente que me ve pasar trata de ayudarme, pero es como si no estuvieran, nada ni nadie puede con la desesperación y la angustia que cargo conmigo. Ya sin saber qué hacer y con el vestido totalmente deshecho, recuerdo que después de la boda quería ir al cementerio a saludar a sus padres y sé que es el último lugar donde lo podría encontrar. Sin siquiera pararme a tomar el aire me adentro en el cementerio, el cual para esas fechas todavía estaba en muy malas condiciones por las inundaciones de los últimos meses. No sabía con exactitud cuál era la cripta de su familia, por lo que reviso una a una y ya cuando estoy a punto de darme por vencida, veo unos zapatos negros que sobre salen de entre las paredes de piedra y con un grito ahogado doy con él. Lo tomo entre mis brazos y la sangre que corre por su cabeza cubre todo mi vestido blanco, nunca sentí tanta impotencia como aquel día y en aquel lugar. Mis lágrimas caen sin cesar y con un grito al cielo maldigo el momento en que la guerra me arrebato a mi único y gran amor. Al cabo de un par de horas, me levanto y con la intención de ir a buscar a mi familia y al médico del pueblo, empiezo a sentir como si alguien me estuviera observando y es ahí cuando veo a aquel hombre de negro que con los ojos más obscuros que he visto, me pregunta si puede hacer algo por mí. Le cuento todo lo sucedido y sin decir nada se empieza a alejar de nosotros.”

Nicolás interrumpe a Laura y nos advierte que hemos dejado de estar solos. El hombre de negro sale de entre la obscuridad del pabellón y es ahí cuando veo que es el mismo que se me presentó en el mini súper y afuera de mi casa. Sin introducciones y sin dar tiempo a que siquiera nos movamos empieza a hablar y su voz hace que nos perdamos una vez más.

“Mi querida Laura, sigues estando tan guapa como la última vez que nos vimos. Y en ti Nicolás puedo ver que la herida de bala ha desaparecido por completo y te ves como en aquel momento en que nos tomamos las fotografías antes de que te quitaras la vida. Sé que es difícil de creer, pero me alegra mucho que hoy nos volvamos a encontrar”.

Ahora su mirada apunta hacía mí y con el cuerpo totalmente petrificado, me clavo en la obscuridad de sus ojos y me dejo llevar”.

Mi estimado Javier, aunque ya nos hemos visto antes, no quiero dejar de aprovechar para decirte que es una lástima que nos tengamos que conocer en estas circunstancias. Como podrás ver a esta linda pareja ya la conozco de años atrás y como por más que has tratado de que te expliquen por qué estás aquí y no has obtenido la respuesta que quieres, creo que no hay nadie mejor que yo para dártela”.

Asiento con la cabeza y con una carcajada me dice “espero que entiendas que esto no es nada personal y que todo fue por una causa que va más allá de ti y de mi”. No entiendo a lo que se refiere, pero sé que al fin voy a entender el porqué.

“Aquel día en el cementerio, después de escuchar la historia trágica de Laura y Nicolás, decidí que darles la oportunidad de verse una vez más sería lo más indicado para que pudieran cerrar con broche de oro su gran historia de amor, por lo que espere a que Nicolás fuera enterrado y Laura se encontrara en su punto más vulnerable para que aceptara la propuesta que tenía que hacerle. Al cabo de un par de semanas, mientras todavía llevaba el luto y apenas empezaba recuperar un poco de su vida, me le presente en su casa una tarde en la que se encontraba en compañía de su mejor amiga Susana y la ocasión no pudo ir mejor, ya que el tener un testigo era lo mejor que podía pasar para que después no existieran arrepentimientos. Al verme en la puerta, no dudó en dejarme pasar ya que me reconoció de aquel encuentro que tuvimos en el cementerio. Mientras Susana prepara el té, le pido que me cuente una vez más su historia y con lágrimas en los ojos lo hace. Una vez que termina y que su amiga se nos ha vuelto a unir, le comento que tengo una propuesta que hacerle. Con incertidumbre y nerviosismo en su tono de voz, me dice que qué podría ofrecerle yo para hacerla sentir mejor y remediar una situación que ya no tenía solución. Susana me pregunta lo mismo y antes de que alguna de las dos pueda volver a hablar les propongo lo siguiente:

                  -Sé que en esta vida solo hay un gran amor y sé que el tuyo fue Nicolás. Ahora como bien sabrás, la muerte por suicidio no tiene muy buenas consecuencias y tú cuando mueras no podrás reunirte con él. ¿Qué me dirías si te dijera que ustedes dos podrían volver a estar juntos una vez más y ya no se tendrían que separarse nunca más?-.

Las dos se quedan totalmente sin palabras y como si fuera una reacción espontánea ambas asientan con la cabeza. Satisfecho con su respuesta y con una parte del trato ya cerrado, termino por decirles que como todo, esta propuesta tiene un precio y que si deciden aceptarlo ya no podrán hacer nada para deshacerla. Con temor en su cara y con la voz entre cortada es Laura la que me pregunta cuál es el precio. Espero un momento para contestar y sin tantos rodeos le pongo la oferta sobre la mesa.

                  -Como bien sabrás yo no puedo regresar a los muertos a la vida, pero hoy te prometo que a partir de este momento tendrás una vida plena y llena de dicha. Te casarás con un hombre bueno, el cual te llenara de cosas y te hará sentir la mujer más especial de este mundo, aunque como sé que pasará, tu nunca dejaras de pensar en Nicolás, pero al menos tendrás felicidad y formarás una linda familia con él. Ahora, poco antes de morir, lo cual te aseguro será en mucho tiempo, tendrás que ofrecerme a cambio la vida de un hombre al cual nunca conocerás y que será un vivo retrato de Nicolás. En tus últimos días yo mismo seré el responsable de presentarme con aquel hombre y de que venga hasta aquí, ya que él será el encargado de lograr que ustedes dos puedan estar juntos el resto de la eternidad. Y para que veas que no te engaño y que realmente quiero que ustedes dos vuelvan a estar juntos el día en que culmine nuestro acuerdo, el cual será el mismo día del aniversario de su muerte, te reunirás con Nicolás y serán tú y él los que se encarguen de entregarme a aquel hombre-.

Después de escuchar mi propuesta, Laura parece convencida, pero Susana deja de estarlo y trata de convencerla para que no lo haga. Y como si ya nada le importara, más que volverse a reunir con Nicolás extiende la mano y cerramos el trato. Ambas mujeres jamás vuelven a hablar de lo que pasó aquella tarde y a partir de ese momento sus vidas quedan atadas por ese secreto y por el recordatorio de lo que algún día habrá de suceder.”

El hombre de negro se queda en silencio y solamente deja escapar una risa irónica. Laura y Nicolás me observan y es ahí cuando se, que ha llegado el momento de cumplir y dar por terminado el trato. Me levanto y me coloco enfrente del hombre de negro en señal de que estoy listo para que haga conmigo lo que tenga que hacer. Y mientras esto sucede, solo veo como aquella pareja que alguna vez se juró amor entorno y que hoy vuelven a estar juntos para ya no separarse más, se aleja y desaparece entre la bruma.

Tomando mi mano, y con el tono sarcástico que ha mantenido durante todo muestro encuentro, se acerca y me susurra al oído:

“Bueno Javier, ahora que ya sabes quién soy y que tu vida me pertenece, porque no me dices que quieres y vemos si podemos llegar a un acuerdo”.

FIN

«Mi encuentro con la muerte» (Parte 2)

dsc03426Ha empezado a llover con más fuerza y toco con insistencia, pero nadie responde. Al cabo de un par de minutos oigo pasos bajando la escalera y al poco tiempo la llave de la puerta empieza a girar hasta que tengo de frente a una señora mayor que con cara de dormida me hace pasar y sin decir nada me coloca una manta en la espalda y me acomoda en la sala donde la chimenea está encendida. Perdido en el fuego que me va calentando poco a poco, noto como el aroma de café empieza a envolver el lugar y cuando volteo veo a la señora con charola en mano y dos tasas humeantes en ella. Se sienta en un viejo sillón del otro lado de la estancia y coloca una de las tasas enfrente de mí. Le agradezco el detalle y antes de que pueda pronunciar una sola palabra más, clava su mirada en mis ojos y me dice “ha pasado mucho desde la última vez…”. Trato de preguntarle a que se refiere con eso, pero levanta la mano en señal de silencio y me quedo una vez más sin palabras, contemplándola y esperando una explicación. Esta vez sus ojos se pierden en la profundidad de la noche y así sin más comienza a hablar.

Aquel encuentro estaba destinado a ser uno de los más importantes de mi vida. Había pasado más de un año desde la última vez que nos habíamos visto, y estaba segura que esa vez sería la definitiva, al fin nuestras vidas se iban a unir y seríamos lo que siempre habíamos soñado, una familia. Los primeros días fueron tensos, eso lo entendí, porque había escuchado que la guerra solía cambiar a las personas, pero en este caso el cambio fue radical, la indiferencia se volvió parte de nuestro día a día y por más que trataba de acercarme, lo único que lograba era alejarlo más.”

Hace una breve pausa y suspira, lo cual me hace aprovechar para preguntarle que tiene que ver esto conmigo, a lo que responde, “todo”. Voltea brevemente y como si leyera en mi rostro lo que estoy pensando, me dice “no trates de entender, estás a punto de conocerlo y con ello comprenderás el porqué de todo esto”. Una vez más su mirada se pierde en las sombras y sus palabras regresan a inundar la estancia junto con las gotas de lluvia que golpean con fuerza los ventanales.

“Todo se dispuso para que la boda se realizara a finales de Marzo. El vestido fue confeccionado por mi madre y se tomó de un diseño de una de las revistas de moda de aquella época. La ceremonia se llevaría a cabo en la iglesia del pueblo y la pequeña recepción en el jardín de nuestra casa. Solo muy pocos invitados asistirían al evento, no necesitaba mucho, solo lo quería a él y a nuestras familias. Conforme se acercaba la fecha empezaron a suceder cosas muy extrañas a nuestro alrededor. Primero, toda la región se vio afectada por un brote de influenza, la cual hizo que muchos de nuestros familiares cayeran enfermos complicando así su traslado para asistir a la boda. De la misma manera, varias tormentas azotaron la región, provocando que el río se desbordara y se llevara consigo parte del pueblo y la pequeña iglesia donde se oficiaría la misa, dejando solamente parte del panteón la cual todavía se mantiene en pie. Todo parecía conspirar en contra de nosotros, incluso él, pero la boda se llevaría a cabo y yo cumpliría mi sueño de llegar al altar y convertirme en su mujer. Los días anteriores a la boda trascurrieron con cierta calma, pero nada ni nadie nos prepararía para lo que iba a suceder aquella tarde”.

Durante un par de minutos el silencio vuelve a invadir la estancia y es el sonido de un trueno lo que nos devuelve a la realidad. Sin decir una sola palabra más, se levanta del sillón y antes de retirarse voltea hacía mí y noto en su mirada algo que hace que todo mi cuerpo se estremezca y quiera salir corriendo de ahí. Poco a poco se aleja y solo escucho como sus pasos se pierden en alguna de las habitaciones que por tanto tiempo han guardado sus secretos y que al fin hoy vuelven a salir de la obscuridad. Aun tratando de recuperarme de aquella sensación, noto como el cansancio me empieza a invadir y me recuesto en el sillón, donde me dejo llevar por el agotamiento.

Apenas empieza a amanecer cuando me despierta el frío y veo por la ventana como los primeros rayos de luz se reflejan en el río, mostrando una paleta de colores que podría dejar a cualquiera sin aliento. Es también con estos primeros rayos que puedo contemplar un panorama completo del lugar y con el pueblo asomando sus casas a lo lejos, noto como el cementerio se levanta justo a la mitad del camino y puedo ver como la parte vieja se distingue de la nueva, tal y como me lo contó la señora la noche anterior. Los restos de madera todavía crujen en la chimenea y todo parece indicar que alguien la mantuvo encendida durante la noche, ya que antes de acostarme el fuego ya estaba a punto de apagarse. Sé que debe de haber más huéspedes en la casa, por lo que no le doy más importancia y empiezo a planear lo que será mi día. En la cocina encuentro todo dispuesto para el desayuno y noto como hay tres lugares montados, lo que vuelve a confirmar mi teoría. Enciendo la estufa y coloco un poco de agua para prepararme una taza de café. Mientras espero, alguien más se hace presente y sin decir nada se sienta en la mesa. Le ofrezco una taza y niega con la cabeza, simplemente me observa y espera a que me siente para comentarme que su abuela había fallecido la tarde anterior y que por el momento no iban a recibir huéspedes. Noto como se le llenan los ojos de lágrimas y saca de su bata una fotografía de ella y su abuela. La observa por un momento y la deja para ir a limpiarse la cara. Tomo la fotografía de la mesa y me doy cuenta que la mujer que aparece en ella es la misma con la que estuve anoche y que por un par de horas, me llevo a conocer una parte de su historia la cual dejó sin concluir.

Al cabo de un par de minutos, la mujer regresa a la cocina y esta vez ya viste de negro. El parecido con su abuela es notable, en realidad son como dos gotas de agua, solo el color de pelo y un par de arrugas en la cara hacen la diferencia. Vuelvo a tomar la fotografía y le pregunto si hay alguien más en la casa, a lo que me dice que no y que yo era la única visita que habían recibido en los últimos días. Siento como el estómago me empieza a dar vueltas y poco a poco todo se empieza a nublar. La mujer me ofrece un vaso de agua y ante mi reacción me pregunta si todo está bien. Nos sentamos en la mesa y le platico lo sucedido la noche anterior. Por un momento la cara se le descompone y sé que le cuesta creer lo que le estoy contando. Me explica que fue ella la que me recibió la noche anterior y que solo lo hizo con la intención de protegerme de la tormenta que caía. Así mismo me hace saber que ella fue la que me ofreció la manta y el café y que se quedó conmigo hasta que caí dormido en el sillón. Con respecto al relato, me confiesa que su abuela se lo conto en confidencia y que era imposible que yo lo conociera, pero que lo que más extraño era que de la misma manera ella nunca supo el final. Acaba por decirme que lo más seguro es que haya tenido una pesadilla y que todo fue producto de mí cansancio. Del relato no dice una palabra más y empieza a poner orden en la cocina.

Las campanadas de la iglesia que se escuchan a lo lejos dan las nueve de la mañana, por lo que la mujer se empieza a poner nerviosa y me dice que se tiene que marchar, ya que el funeral de su abuela será a las once y que todavía tiene que pasar por la funeraria a revisar que todo esté en orden. Me dice que soy bienvenido a quedarme un par de horas más hasta que tenga todo listo y que por esta vez no me cobraría nada. Sin pensarlo y armándome de valor le pido que si la puedo acompañar al funeral y uso como excusa que a lo mejor le vendría bien un poco de compañía. Tarda un par de segundos en contestar y solo asienta con la cabeza. Del armario de la sala saca un porta trajes el cual por lo sucio noto que lleva mucho tiempo sin ser usado. De él saca un traje negro el cual viene con una corbata del mismo color y una camisa blanca. Lo tiende en el sillón y me pide que me lo ponga, lo cual no me parece una mala idea ya que no traigo conmigo nada acorde a la situación. Mientras me estoy cambiando ella sube y solo escucho el abrir y cerrar de puertas. Cuando salgo ella trae consigo un par de zapatos negros y por el tamaño creo que son de mi talla. Cuando ya estoy totalmente vestido me dice que el traje pertenecía a su padre y que al igual que los zapatos la última vez que fueron usados fue el día en que su madre murió. Me veo en el espejo y es como si el traje me lo hubieran mandado a hacer, ya que me queda a la perfección. Acomodándome la corbata me dice que si nos vamos y tomando su bolso, emprendemos el camino.

Durante el trayecto no hablamos mucho, solo me da unos pequeños detalles de lo que será el servicio y que espera que el clima no le juegue una mala pasada a la hora de la sepultura. Una vez en la funeraria ella se pierde con los asistentes entre pésames y abrazos y yo me alejo observándola en todo momento. Nada parece fuera de lo normal, hasta que se me acerca una señora mayor y como si me conociera, me abraza y me agradece por estar ahí, que para ella era sumamente importante que estuviera presente y que al fin su amiga podría descansar en paz. La escena se hace aún más extraña cuando la nieta nos interrumpe y me presenta a la señora como la mejor amiga de su abuela. Esta le repite lo que me dijo y sin darle importancia me comenta que ella fue como un miembro más de la familia y que últimamente ya sufría de problemas de memoria, por lo que me pide que no le preste atención. Sin decir nada más, ambas se retiran y yo aprovecho para salir a tomar un poco de aire. La calle esta desierta y solamente veo como el chofer de la carroza alista todo para transportar a la difunta. Me siento en un pequeño café que se encuentra enfrente de la funeraria y pido un expreso para entrar en calor. Mientras contemplo el pueblo, el cual aún me sigue sorprendiendo, noto como al otro lado del puente un hombre de negro y una mujer de blanco se dirigen hacia el cementerio, ambos van tomados de la mano y parece como si flotaran. Su paso es lento e hipnótico y al cabo de un par de minutos desaparecen en el camino. La escena me deja frío y por un momento pienso que mi cabeza me está jugando una mala broma.

Las voces de la gente saliendo de la funeraria hacen que regrese a la realidad y todo parece indicar que la procesión está a punto de empezar. Pago la cuenta y me uno a los presentes. El ataúd ya está sobre la carroza y junto con el la nieta de la difunta. Poco a poco empezamos a caminar y los sollozos se hacen sonar como un eco que invade todo a su alrededor. Cruzamos el puente y conforme nos vamos adentrando en el camino, el cielo se empieza a obscurecer dejándonos a su paso una noche repentina. Las velas se empiezan a encender y con ellas el ambiente se vuelve aún más triste. A lo lejos el cementerio se hace visible y con el regresa la imagen de aquellas dos personas, las cuales se encuentran a la entrada, como si estuvieran esperando nuestra llegada. Nadie parece notarlas más que yo y esta vez estoy seguro de que no me estoy volviendo loco. No tardamos mucho en que estemos en la puerta del lugar y mientras todos ingresan veo como la pareja se funde entre las tumbas. Esta vez tengo una imagen clara y la visión que tuve ayer por la noche me confirma que estoy en el lugar que soñé y que es el mismo que aparece en las fotografías. Me uno a la procesión y conforme nos vamos adentrando, voy reconociendo todo a mi paso y aquellas tumbas que no tenían nombre ahora me presentan a sus inquilinos, todo empieza a cobrar forma y ahora sé que estoy a punto de conocer la verdad.

«Mi encuentro con la muerte» (Parte 1)

img_6946La muerte es lo único que todos tenemos seguro en esta vida. El donde y el cómo va a suceder es siempre la pregunta que nos viene a la cabeza cuando pensamos en ella, pero nunca nos imaginamos que ella está con nosotros todos los días a todas horas y que la podemos ver en la cara de nuestro vecino, compañero de trabajo o simplemente con mirarnos a nosotros mismos en el espejo, claro, al menos que decidiera mostrarnos su verdadera cara y hacernos sentir lo que es el miedo y lo que es estar en sus brazos al menos por un momento.

¿Pero cómo es ella?, ¿es realmente como nos la han pintado en todos los cuentos y películas que hemos visto a través de los años en la TV o en el cine?, yo pensaba que sí, hasta el día que me topé con ella y todo lo que sabía o más bien decía saber se fue por un tubo y en verdad conocí lo que pocos llegan a conocer, el rostro más siniestro y más obscuro que uno se puede imaginar, tratar de describirlo me sería imposible, pero trataré de ser lo más preciso al contarles esta historia, la historia sombre mi encuentro con la muerte.

Aún recuerdo esa semana como una de las más oscuras que ha tenido la ciudad en los últimos años. Las nubes grises y sus tormentas nos envolvieron como una capa y todo punto de referencia se volvió una postal en blanco y negro. Sus avenidas y sus parques quedaron casi vacías y la poca gente que caminaba en ellas, lo hacía aprisa y sin detenerse, parecía como si el ambiente estuviera hechizado y las personas lo sintieran en sus huesos. No sé hasta qué punto eso fue un presagio, pero hoy puedo decir que todo sucedió como si me estuvieran preparando para algo que me marcaría para el resto de mi vida.

Aquel miércoles lo comencé como cualquier otro. La mañana era fría y como era de esperarse lo primero que hice fue ir a la cocina para prepararme mi primera taza de café. Con el agua hirviendo y sin haber prestado mucha atención, noto como el empaque de café está vacío y que como ya es costumbre olvide por completo reponerlo el día anterior. Sin mucho ánimo pero resignado, me pongo una sudadera y unos tenis y bajo al mini súper que está en la esquina de mi edificio. La calle aún está vacía y el aire es tan cortante que se cuela hasta mis huesos, por lo que emprendo la marcha a toda prisa y trato de no distraerme con nada. La señorita que está en el mostrador no me presta atención y sigue leyendo su revista como si nadie estuviera a su alrededor, mientras tanto yo me dirijo al pasillo donde están los cafés y es ahí cuando noto por primera vez aquella sensación de que alguien me esta observado, levanto la mirada del estante y veo como un hombre un poco mayor que yo me está observando fijamente. Su mirada es tan obscura como la noche y su piel es blanca, casi transparente, por momentos me da la impresión de que no parpadea y que su único propósito es mirarme y hacerme sentir incómodo. Sin siquiera fijarme, tomó el primer empaque de café que encuentro y me dirijo a la caja, donde la señorita, aún se encuentra embobada con su revista y solo levanta los ojos hacia el mostrador para tomar la mercancía y marcarla, pero antes de que lo haga le pregunto por aquel hombre extraño que se encuentra en la parte de atrás y con tono burlón me dice que soy el primer cliente del día, y que para como pintan las cosas voy a ser el único que se haga presente. Me cobra y sin decir una palabra más regresa a su lectura, yo en cambio me quedo esperando un rato a ver si veo salir a aquel hombre, pero al cabo de unos minutos desisto y me retiro del lugar.

De regreso a casa, el aire parece soplar con más intensidad y se hace acompañar de una llovizna que parece dar señales de que no nos dejara en paz al menos por un par de horas y es ahí cuando agradezco haber pedido estos días en el trabajo. Ya estando en el portal del edificio, noto como me vuelve a invadir aquella sensación de ser observado y cuando me doy la vuelta para cerrar la puerta, noto como aquel hombre de la tienda, está parado en la calle de enfrente y sigue observándome como si estuviera esperando a que me dé cuenta de su presencia y es justo cuando hago contacto con sus ojos, que se da la vuelta y desaparece. Salgo corriendo y volteo para todos lados, pero no hay rastro de él, solo se alcanza a percibir aquella bruma que nos ha cubierto desde el lunes y que no se ha disipado ni por un minuto. Una vez dentro de casa y aún con las manos temblando, pongo el café en la cafetera y con la cabeza perdida en aquellos ojos negros, solo alcanzo a escuchar como empiezan a caer las primeras gotas de café en la taza. El resto del día lo paso entre cosas del trabajo y poniéndome al tanto con la correspondencia que lleva apilándose en la mesa de entrada desde hace ya un par de meses. De vez en cuando me asomo a la ventana, tratando de encontrar a aquel hombre de piel blanca como el papel, pero la calle se mantiene desierta y el único movimiento que se ve es el de uno que otro perro corriendo de techo en techo.

Durante la noche, las imágenes de aquella mañana me invaden en sueños y es en uno de ellos donde me vuelvo a encontrar con él, pero esta esta vez no es en la calle ni en el minisúper, ahora me encuentro en un cementerio lleno de estatuas y gárgolas con rostros siniestros flanqueando tumbas sin nombre. El espectro se mueve entre ellas y yo lo sigo como si su pura presencia me mantuviera hipnotizado. Al cabo de un par de minutos, se detiene enfrente de un Pabellón perfectamente iluminado por velas de color blanco, las cuales parecen flotar a simetría y sin siquiera voltear, señala el nombre en el portón de hierro forjado que marca la entrada a la cripta y es ahí cuando noto que son mis iniciales las que yacen en aquella placa y que marcan el día de mi muerte. Cuando trato de tocarlo, este se desvanece y despierto de golpe. Me quedo tendido en la cama aún con el corazón a mil y es el golpeteo de una rama con la ventana lo que me devuelve a la realidad. Volteo a ver el reloj y este marca las 3:30, son los mismos números que aparecían en la placa pero invertidos y un aire frío me recorre todo el cuerpo, sé que no estoy solo y que algo o alguien está ahí observando y vigilando mí sueño. Enciendo la luz, y paso el resto de la noche en vela, esperando a que el nuevo día asome sus primeros rayos por la ventana.

Son apenas las 8:30 cuando el sonido del teléfono hace que me levante de aquel estado en el que llevo desde anoche y en el que solamente he podido revivir una y otra vez aquellas imágenes que se presentaron en mis sueños y que por alguna razón han decido plantarse en mi cabeza. Contesto y escucho la voz de una mujer, trato de hablar con ella, pero lo único que hace es repetir un lugar y una hora. En cuanto cuelga el teléfono, me doy cuenta que mis manos están temblando y que todo lo que ha pasado desde el día de ayer debe de tener una explicación y si quiero que se detenga, debo de averiguar quién o que está jugando con mi cabeza. Arreglo todo lo que tengo pendiente para el día y me preparo para asistir al lugar donde aquella mujer me citó. En punto de la una de la tarde dejo la casa y emprendo el camino a la estación de trenes. En otras circunstancias tomaría el coche, pero para como me siento no sería prudente manejar y arriesgarme a causar algún accidente.

Mientras el tren se aleja de la estación, me pierdo en los paisajes que empiezan a cubrir el escenario y dejo que el golpeteo con las vías me arrulle como a un niño en los brazos de su madre. Es la voz del encargado de los boletos lo que me trae de vuelta a la realidad y me doy cuenta de que ya a estoy a un par de estaciones de llegar a mi destino. El vagón se ha quedado casi vacío y son pocas las personas que aún permanecen en sus asientos. La lluvia cae con intensidad y la niebla cubre todo a nuestro alrededor, por lo que me pongo la chamarra y me alisto para bajar en la siguiente parada. Nadie más que yo desciende del tren y conforme este se pierde entre las montañas cubiertas de nubes, noto como el silencio empieza a invadir el lugar y me doy cuenta que estoy absolutamente solo. Sé que me será difícil conseguir transporte hasta el pueblo, por lo que empiezo a caminar y me pierdo en un bosque que parece sacado de un cuento de los hermanos Grimm.

Las primeras casas se asoman entre las ramas de los inmensos pinos y me dirijo hacia la entrada del pueblo, la cual está flanqueada por dos pequeñas estatuas de ángeles que con un semblante melancólico te dan la bienvenida a lo que parece ser un lugar el cual se quedó perdido en el tiempo y olvidado por el resto del mundo. Me adentro por sus calles y apenas se ve a uno que otro niño jugando con una pelota. Estos notan mi presencia y yo sin detener el paso sigo caminando hacia la plaza del centro donde se encuentra el lugar que me indico la mujer en la llamada telefónica de aquella mañana. Las campanadas del reloj dan las tres mientras voy entrando al bar y noto como las miradas de todos los presentes se clavan en mí, hago como que no presto atención y me siento en una de las mesas del fondo. El mesero me toma la orden sin mucho entusiasmo y mientras este se aleja, una mujer vestida totalmente de blanco se levanta de una de las mesas contiguas y se sienta junto a mí. No alcanzo a distinguir su belleza hasta que muy delicadamente se retira el pelo de la cara y deja al descubierto sus enormes ojos negros y unos labios color rojo que podrían confundirse con la sangre que recorre nuestras venas. Antes de que alcance a decir nada, saca de su abrigo un par de fotografías y las pone encima de la mesa, las tomo y las observo con detenimiento. En ellas aparezco yo en el mismo lugar que soñé y estoy acompañado por un hombre, al cual no reconozco y por el estado de las imágenes me doy cuenta que estas son muy antiguas y que no hay manera de que estén truqueadas o que hayan sido montadas recientemente. Aún perdido en ellas, la mujer se acerca y me dice al oído que él quiere encontrarse conmigo y que debo buscar el lugar donde fueron tomadas las fotografías. Levanto la mirada para preguntarle a que se refiere con que él se quiere reunir conmigo y así sin más se ha ido. La busco por todos lados, pero parece como si nunca hubiera estado y es cuando el mesero regresa con mi bebida que le pregunto por aquella mujer de blanco y con el mismo entusiasmo con el cual me tomo la orden, me comenta que ninguna mujer ha entrado en todo el día, y que si estoy en plan de borracho, es mejor que pague y me vaya. Me tomo la cerveza de dos tragos y salgo del lugar con las fotografías en la mano. La plaza esta desierta y alcanzo a escuchar la única campanada del reloj. Sé que son las 3:30 y que no estoy solo.

Me siento en una de las bancas que dan al río que cruza el pueblo y vuelvo a observar las dos fotografías, solo que ahora lo hago tratando de encontrar algún indicio que me permita reconocer aquel lugar y dar con el hombre que tanto desea reunirse conmigo. Las sombras de la tarde empiezan a cubrir la plaza y con ellas se deja venir un aire frío de lo que parece ser un invierno tardío, el cual desprende las fotografías de mi mano y mientras las recojo del piso veo como en una de ellas hay una pequeña inscripción en la parte de atrás con una caligrafía tan fina, que apenas se nota que fue escrita a mano. En ella solamente se menciona un lugar, una fecha y unas pequeñas letras que parecen ser las iniciales de alguien. La fecha es en dos días, y coincide con la que aparecía en la placa de mi sueño. Cuando me doy cuenta, el sol se ha empezado a poner y sé que ya me será imposible llegar a la estación para tomar el último tren, por lo que decido quedarme a pasar la noche y así investigar si este lugar tiene alguna conexión con las fotografías y con el hombre que aparece en ellas.

Al ser un pueblo chico, mis opciones de hospedaje se limitan a una posada que se encuentra cerca de la estación de trenes y una casa de huéspedes ubicada a las fueras del otro lado del pueblo, que por lo que leí antes de venir, se distingue por su hospitalidad y una comida de miedo. Poco a poco las luces de la calle se empiezan a encender y la poca gente que hay empieza a regresar a sus hogares, por lo que emprendo mi camino a la casa de huéspedes, y mientras lo hago me voy envolviendo con su esencia y no puedo dejar de pensar que todavía existan lugares como este. Una vez que cruzo el puente y dejo el pueblo atrás, me hago acompañar de una llovizna que me hace acelerar el paso y mientras lo hago el cementerio del pueblo aparece frente a mí y el cual llama la atención por su enorme reja envuelta por un enorme marco de piedra y su barda de herrería perfectamente bien cuidada. Conforme me acerco, noto como en la parte de arriba de la entrada hay una pequeña leyenda, la cual se me hace extremadamente familiar, y no es hasta que estoy enfrente de ella, que me doy cuenta que es lugar que se menciona en la fotografía y que está hecha con la misma caligrafía. La luz de un rayo ilumina todo el lugar y me deja ver algo que va más allá de mí y me echo a correr hasta que doy con la casa de huéspedes, la cual está totalmente apagada, con excepción de la pequeña farola que da al camino.

Mi último día

Hoy me desperté con los primeros rayos de luz del día. Usualmente suelo hacerlo con la alarma del teléfono, pero hoy fue diferente, una extraña sensación de felicidad invadió mi cuerpo al sentir esos rayos de luz sobre mi cara, lo cual hizo que mi día empezara un poco más temprano de lo habitual. No suelo prestar mucha atención a mi rutina del día a día, pero hoy es diferente, la música parece sonar más alegre de lo normal, el sol parece brillar con más intensidad y el camino de todos los días toma un aspecto mucho más divertido de lo que suele ser, no sé, quiero pensar que es un truco que me esta mandando la vida para no llevar acabo eso que llevo postergando ya un par de semanas, o es simplemente el hecho de que mientras más se acerca el momento veo las cosas con más claridad.

Durante mi mañana todo trascurre como cualquier otro día, reviso mi correo, hago algunas llamadas y hasta bromeo un poco con Alicia, mi compañera de oficina. Trato de no tomar mucho café, ya que debo mantener mi cabeza en calma y no acelerarla con una dosis extra de cafeína. Mientras pongo en orden mis cosas, suena mi playlist favorita, llevándome a recorrer muchos lugares y épocas que a través de mis recuerdos me sacan una sonrisa y no evitan que empiece a tararear, logrando así atraer una que otra mirada, que en lugar de juzgarme, parece divertirse conmigo. Si, ha sido una gran mañana y estoy seguro de que la tarde promete aún más.

Antes de salir a comer me despido como lo hago todos los días, pero se que esta ves no es un hasta luego sino un adiós definitivo, no logro disimular algo que confundo con alegría o nerviosismo, lo único que se es que la gente lo nota y siento como si en verdad lo supieran y se estuvieran despidiendo de mi de manera definitiva. Salgo a la calle y me pongo mis lentes obscuros, no podría pedir una tarde más perfecta. Empiezo a caminar y solo por hoy decido tomar el camino largo y me trato de enfocar en aquellas cosas a las que no suelo poner atención, y es ahí cuando noto como la gente me mira de manera distinta, como si mi ser irradiara algo, ya que me sonríen y me hacen sentir como una estrella de cine, sí se que no soy Brad Pitt, pero hoy me siento como él.

Llego muy puntual al restaurante donde quedamos de comer y si, como siempre soy el primero, pero esta vez no me molesta y le pido al mesero una margarita de tamarindo, se me hace agua la boca con tan solo mencionarla, si, hoy me voy a dar ese pequeño lujo de beber en la tarde y de dejarme consentir con lo que ofrezca esta tarde soleada de Junio. La primera en llegar es Karla, y como siempre lo hace disculpándose por su impuntualidad, pero se que nunca lo ha hecho con mala intención, simplemente el tiempo se le hace poco para su tan ajetreada vida laboral. Mientras se sienta, el mesero llega con mi margarita y extrañada me pregunta por mi decisión de bebida, a la cual solo le contesto guiñándole el ojo. Al cabo de un rato Juan Carlos y Patricio se hacen presentes y a partir de ese momento, las risas y las carcajadas se empiezan a hacer presentes y dan puerta a lo que se convierte en una de las muchas tardes para recordar y que he tenido oportunidad de compartir con estos amigos que hoy puedo llamar hermanos y que han sido parte de mi historia, creo que no podría ser más feliz que con esta gente que la vida tuvo la fortuna de ponerme en mi camino. No es hasta muy entrada la tarde cuando nos despedimos y quedamos de marcarnos para organizar la siguiente reunión, dejándola tentativamente para la siguiente semana a la misma hora y en el mismo lugar, quedando de confirmar solamente el día. Mientras los veo alejarse, se me hace un nudo en el estomago, se que es la última vez que los voy a ver y no logro evitar que un par de lagrimas se escapen, rompiendo con la alegría con la que estaba hasta hace un par de minutos. Trato de quedarme con el momento en que la risa cubría mi cara y empiezo a caminar hacía casa.

Los últimos rayos de luz se dejan asomar de entre los árboles y así como lo hicieron hoy en la mañana, se me llena el alma de alegría y no puedo evitar sentirme más vivo que nunca. Trato de guardar estas imágenes en mí cabeza y por primera vez no saco el teléfono para hacer un instagram y compartirle al mundo aquello que están viendo mis ojos, esta vez me las guardo solo para mi. Estoy por llegar a casa, cuando suena el teléfono y no logro evitar alegrarme al ver que es Pepe. Hace un par de meses que no lo veo y la platica que tenemos me llena el alma, es justo lo que necesito para darle el cierre perfecto a este día. Me despido y me quedo con la tranquilidad de que tuve la oportunidad de decirle adiós muy a mi manera y sabiendo que lo dejo con un buen sabor de boca con respecto a mi sentir en ese momento. Cierro la puerta detrás de mi y en mis adentros me despido de todo lo que viví en esas calles y en esta ciudad la cual me vio crecer y de la cual me llevo un sabor agridulce.

Creo que nunca llegue a ver mi casa con el cariño con la que la veo ahorita. Estoy consciente de que he sido muy afortunado de poder vivir aquí estos últimos años y no niego que he sido muy feliz, no sé, creo que cuando empiezas a ver las cosas como yo las estoy viendo en este momento, no te puedes sentir más que afortunado y agradecido con la vida. No puedo describir lo que siento en estos momentos, solo se que estoy tranquilo y que siento mucha paz. Abro una botella de vino, y como cualquier otra noche me siento en el sillón a contemplar lo que fue mi día, solo que esta vez las imágenes que llegan a la cabeza son las de una vida a la cual tengo mucho que agradecer y de la que me despido con una gran sonrisa en la boca. Poco a poco me empiezo a quedar dormido y me despido con un buenas noches y buen viaje.